LA FORMACIÓN DEL PROFESORADO
Proceso histórico, de 1970 a 2013
“Es lástima –decía A. Machado- que sean siempre los mejores propósitos
aquellos que se malogran, mientras prosperan las ideicas de los tontos
arbitristas y revolvedores de la peor especie. Tenemos un pueblo
maravillosamente dotado para la sabiduría, en el mejor sentido de la palabra:
un pueblo a quien no acaba de entontecer la clase media, entontecida a su vez
por la indigencia científica de nuestras Universidades y por el pragmatismo
eclesiástico, enemigo siempre de las actividades del espíritu. Nos empeñamos en
que este pueblo aprenda a leer, sin decirle para qué y sin reparar en que él sabe
muy bien lo poco que nosotros leemos. Pensamos, además, que ha de
agradecernos esas escuelas prácticas donde puede aprender la manera más
científica y económica de aserrar un tablón. Y creemos inocentemente que se
reiría en nuestras barbas si le habláramos de Platón. De Platón no se ríen más
que los señoritos, en el mal sentido –si alguno hay bueno- de la palabra”
(Citado por: LLEDÓ, Emilio, “Juan de Mairena, una
educación para la democracia”, en: Ser quien eres.
Ensayos para una educación democrática, Zaragoza,
PUZ, 2009, págs. 48-49)
1.- Introducción
Siendo la formación del profesorado una pieza clave para el éxito de cualquier proyecto de cambio educativo, cabe preguntarse en qué medida y de qué modo las sucesivas leyes educativas habidas en estos últimos 43 años han contribuido a desarrollar la formación que tienen actualmente los profesores, encargados de desarrollarlas, y cuáles sean sus características dominantes en los niveles educativos que conforman el sistema educativo escolar. De este modo, podremos acotar qué carencias han de ser subsanadas y, adicionalmente, subrayar la coherencia de las propuestas que entendamos pertinentes en ese sentido. Al lado de las prescripciones normativas oficiales que se han ido sucediendo, y de algunas instituciones creadas por éstas con mayor o menor grado de éxito -tales como los ICE, los CEP o los recientes másteres-, es indispensable tener en cuenta la voluntariedad añadida de muchos trabajadores de la enseñanza para autoformarse, individual o colectivamente, porque entendían que de ese modo contribuían a una sensible mejora de su labor. Son especialmente mencionables, ya en el contexto de creciente anquilosamiento del régimen franquista y de las enormes limitaciones de su ley más modernizadora, los distintos movimientos conocidos genéricamente como Movimientos de Renovación Pedagógica (MRP). En un contexto de oposición política y de lucha por las libertades democráticas, confiados en que la educación era un elemento vital de transformación social, han estado en la base o en la ejecutoria de muchas de las experiencias más atractivas de estos años, como asimismo de no pocas demandas de los sindicatos docentes, renacidos para la dignificación de los enseñantes. Más tarde, en los ochenta y noventa, muchos de los participantes en esa pugna tendrían responsabilidades políticas en la toma de decisiones. Alguna alusión habrá que hacer, en todo caso, a los cambios experimentados por la sociedad española en este tránsito. Y razonable es que se entremezclen menciones a paralelas lecturas habituales entre muchos profesores -como Cuadernos para el Diálogo, Cuadernos de Pedagogía o secciones especializadas de algunos periódicos-, que también contribuyeron lo suyo a su “formación permanente”.